Desactivación de Cardiodesfibriladores Implantables en pacientes con enfermedad terminal: protegiendo el final de la vida
Palabras clave:
Cardiodesfibrilador, Enfermedad terminal, DesactivaciónResumen
El informe Belmont1, publicado en 1979, engloba dentro del principio de Beneficencia la máxima hipocrática primum non nocere, que posteriormente Beauchamps y Childress2 desarrollarían como un principio único, el de no maleficencia: la obligación ética de no hacer daño. El modelo médico hegemónico plantea que el éxito de una decisión terapéutica radica en su resultado, que es positivo cuando logra prolongar la vida del paciente, aún en detrimento de su bienestar2. Esto lleva a muchos profesionales a cometer encarnizamiento terapéutico, especialmente en el paciente con enfermedad terminal, en quien las terapias habituales muchas veces no sólo no aumentan su esperanza de vida, sino que le provocan un sufrimiento innecesario, reduciendo sobremanera su bienestar durante sus últimos días2. El Cardiodesfibrilador Implantable (CDI) se ha empleado por más de 30 años, y su utilidad en el tratamiento de la enfermedad cardíaca lo ha convertido en una herramienta fundamental para la prevención primaria y secundaria de muerte súbita cardíaca3 4 5. Sin embargo, en los últimos años se ha prestado atención al rol del CDI en pacientes con enfermedad terminal, en quienes la prevención de la muerte súbita cardíaca no es un beneficio esperado3. Los pacientes con enfermedad terminal suelen presentar concomitantemente enfermedad cardíaca, por lo que muchos poseen un CDI implantado6.
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